Estamos en plena temporada y muchos de nosotros ya nos hemos hecho la revisión anual: La prueba de esfuerzo.
Las razones por la que hacérsela son diferentes para cada persona, ya sea porque lo exige la federación en la que competimos para poder la tramitar la licencia, por salud y ver que “todo funciona bien” o por curiosidad… ¿Cuántos vatios muevo? ¿Cuál es mi umbral aeróbico / anaeróbico?…
Sea lo que sea, la prueba de esfuerzo tiene como finalidad comprobar nuestras reacciones fisiológicas durante el ejercicio físico intenso. Es por eso que nos llenan de cables con electrodos, nos miden la presión arterial a medida que avanza el ejercicio e incluso a veces nos colocan una mascarilla en la cara ¡propia de un astronauta!
Esto nos va a dar unos datos claves para confirmar nuestro estado de salud durante el ejercicio físico (esa frase de… apto para la práctica deportiva) y más allá estos datos van a servir a los entrenadores para establecer las famosas zonas de trabajo, ya sea por vatios, frecuencia cardíaca, consumo de oxigeno o incluso lactato… ¡esto dependerá de cada maestrillo!
Y que pasa si no soy entrenador ni médico ¿puedo saber que significa cada uno de los resultados?
¡Claro que sí, por eso es tu prueba de esfuerzo!
Vamos a interpretarlos…
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